Diario de una enfermedad

20 de marzo de 2020: Estoy en Nueva York, “el epicentro de la Covid-19”, las noticias en la televisión siguen sonando, como si estuvieran orgullosos de los acontecimientos. Nueva York siempre ha sido una ciudad exagerada, así que ¿por qué no ahora? Más casos, más hospitalizaciones, más ingresos en UCIs, más intubaciones, más muertes. Las noticias son aterradoras y al mismo tiempo completamente reñidas con la experiencia cotidiana de la ciudad, que se ha vuelto extrañamente tranquila, tan pacífica. Sin tráfico, sin ruidos de construcción, sin molestas alarmas de autos, sin gritos extraños en medio de la noche. Incluso las ambulancias son, en su mayoría, silenciosas, sin autos contra los que luchar.

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Los pájaros nos despiertan por la mañana. ¿Quién sabía que había tantos pájaros en el centro de la ciudad? Ni siquiera hay parques en los alrededores y tan solo hay unos pocos árboles. Pero tal vez se acercaron cuando los vecinos cargaron sus autos y se fueron a sus casas en el campo o en la playa, dejando atrás un barrio de calles vacías como en la década de 1970, cuando los artistas ocupaban lofts abandonados, apenas habitables y no había tiendas, no había restaurantes, y no había casi nadie en la calle. Estos mismos artistas, o al menos algunos de ellos, todavía están en la zona y ahora son mucho más visibles, dado que se han ido todos los recién llegados y los turistas. Se los ve en el pequeño minimarket coreano de la esquina, con sus mascarillas puestas, seleccionando cuidadosamente sus verduras, caminando lentamente por las calles con sus perros o recogiendo comida para llevar. No obstante son los edificios los que han vuelto a ser los protagonistas, los auténticos habitantes de las calles. El carácter de cada uno salta a la vista, grabado con asombroso detalle, cambiando constantemente con la luz. ¿Podría volver aquella hermosa Nueva York abandonada?

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Beatriz Colomina y Andrea Marpillero-Colomina cruzando el puente de Brooklyn. Imagen © Mark Wigley, 18 de marzo de 2020.

21 de marzo de 2020

Muchos de nuestros amigos han dejado la ciudad. Piensan que nosotros también deberíamos dejarla: “Es demasiado peligroso quedarse. Además, pueden cerrar la ciudad pronto y se convertirán en prisioneros involuntarios.”

Lo sé. Pero no puedo irme. Estoy hechizada, pegada a este lugar con una especie de fascinación hipnótica. Andrea siente lo mismo. Ella dice que no se irá de Brooklyn. Quedamos en encontrarnos a mitad del puente un día sorprendentemente claro. Me acuerdo del apagón en Nueva York de 2003, cuando ella era una adolescente. Estábamos de vacaciones en España y lo vimos en el informativo de la noche. "¡Maldita sea! Nos lo perdimos”, gritó, y todos a su alrededor se echaron a reír. Pero yo sabía que lo decía en serio.

22 de marzo de 2020

Nueva York era todavía peligrosa cuando llegué por primera vez en 1980, pero yo no me sentía en riesgo viajando en metro en plena noche después de salir de fiesta en el centro. Por supuesto, me robaron en las calles muchas veces, y una vez alguien, incluso, irrumpió en mi piso de la Universidad de Columbia y me amenazó con un cuchillo. Pero todo eso se sentía como un impuesto que se pagaba al azar, de vez en cuando, por el enorme privilegio de vivir en una ciudad como esta. Así es como se siente ahora mismo. Probablemente sea más peligroso vivir aquí que en otros lugares, pero, incluso ahora, con todos nosotros aislados en nuestros pisos, nadie puede negar la inmensa sensación de estar juntos en esto, no aislados en una cabaña en el bosque - la solidaridad con todos esos ojos que te encuentras en la calle, ojos que se dejan ver por encima de las mascarillas -. Porque de repente, todo se trata de los ojos. Las sonrisas no son posibles y, sin embargo, el reconocimiento que recibes de las miradas que pasan es mucho más gratificante que las sonrisas nerviosas de antes, cuando algún extraño accidentalmente se encontraba con tus ojos en las calles o en el metro. La sonrisa como máscara de la metrópolis ha sido reemplazada por máscarillas quirúrgicas. ¿Qué diría ahora Walter Benjamin?

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Beatriz Colomina en Washington Square Arch con una 5ta avenida casi vacía. . Imagen © Mark Wigley, 29 de marzo de 2020.

24 de marzo de 2020

Estar en Nueva York ahora mismo es como estar en la posición privilegiada de un reportero en primera línea, como lo estuvimos aquel 11 de septiembre, cuando vivíamos a solo 200 metros de la zona cero y sentíamos, oíamos y olíamos todo, incluso antes de ver nada. El motor del segundo avión aterrizó en la acera, justo debajo de la ventana de nuestro dormitorio. Vimos cosas que nunca aparecieron en ninguna pantalla. Pero ahora lo que llama la atención es lo que no vemos. El 11 de septiembre fue un espectáculo mediático. La Covid-19 precisamente no lo es. No ves nada. Ni siquiera los reporteros, generalmente en la primera línea de las guerras y desastres más brutales, pueden ingresar a los hospitales. Hay sufrimiento invisible en todas partes. Se siente en el aire denso de las calles. La gente se está muriendo. Pero la enfermedad, la muerte, está oculta. Y hay una arquitectura de esto. Una arquitectura aterradora. A pesar de la pérdida de barreras con los medios contemporáneos y la vigilancia, las cámaras por todas partes, un gran centro de nuestra atención está completamente nublado. Las imágenes de trabajadores médicos que piden equipamiento se han convertido en la fachada de esta arquitectura enferma. Entran en espacios que no vemos.

26 de marzo de 2020

Michael Sorkin murió por complicaciones de la Covid-19. Toda la comunidad arquitectónica está llorando. Llamo a una amiga y colega en común. Dice que hoy tuvo el primer ataque de pánico. ¿El primero? Ella debe estar esperando más. Sin Michael es más difícil pensar.

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Beatriz Colomina frente a la tienda Louis Vuitton tapiada en Soho, Nueva York. Imagen © Mark Wigley, 26 de marzo de 2020.

27 de marzo de 2020

Todas las tiendas de lujo por aquí han empezado a tapar sus escaparates como si se acercara un huracán. ¿Saben a caso algo que nosotros no? ¿Están esperando disturbios civiles, saqueos, como durante el apagón de Nueva York de 1977? ¿O la ciudad solo lleva una mascarilla como el resto de nosotros? Piensa en todas las puertas que están cerradas, todas las persianas que están bajadas. La ciudad se ha cerrado a sí misma, todo se ha escondido detrás de una nueva fachada.

28 de marzo de 2020

Hoy hicimos el primer cóctel a través de Zoom con la mafia española: Juan, Blanca, Muntadas, Iván, Andrés, Mark y yo. Bebiendo gin tonics nos reímos mientras nos poníamos al día. Muntadas aclaró: “Yo ya soy otro. Lo único que queda de mi antiguo yo es la envolvente, la piel”.

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Greene Street a las 4:32 pm, lo que solía ser la hora pico. . Imagen © Beatriz Colomina, 27 de marzo de 2020.

29 de marzo de 2020

Desde el confinamiento, hemos estado caminando por las calles intimidantemente vacías durante horas, todos los días, casi aturdidos, como justo después del 11 de septiembre, tratando de entender qué sucedió, qué le está sucediendo a esta ciudad que amamos tan irracionalmente. Todo amor es irracional, supongo. “El día que hirieron a Nueva York”, suena en mi cabeza: la inquietante letra de la canción de Leonard Cohen escrita unos años después de la caída de las torres gemelas. Y sonaba tan real, como si la ciudad fuera un ser animado, y lo es. ¿Qué cantaría ahora?

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US Navy Hospital Ship Comfort, atracado en el Muelle 90. . Imagen © Beatriz Colomina, 1 de abril de 2020.

1 de abril de 2020

El barco del hospital Comfort ha llegado. Mark y yo hicimos todo el recorrido a lo largo del río Hudson para darle la bienvenida, pero también estaba muy tranquilo, aparcado en el muelle 90 alrededor de la calle 49, situado detrás de un velo de red verde en una especie de majestuoso silencio. No hay nada que ver desde allí hasta el Centro de Convenciones Javits, que se ha convertido en un hospital. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército se movía en lo profundo del amplio interior del edificio, como figuras en miniatura, pero aún así todo estaba en silencio. Afuera, algunos vehículos de emergencia reposan en las calles, como esperando algo desconocido.

3 de abril de 2020

¿Qué pasa con los hospitales de siempre? ¿Podría estar toda la acción allí? Hoy caminamos millas hasta la 1ra avenida donde se encuentran muchos hospitales. De nuevo, una intensa sensación de silencio y poco que ver. Solo algunas carpas grandes que habían migrado a la calle para recibir pacientes y la ominosa vista de enormes camiones refrigerados estacionados en la acera como cualquier otro vehículo, esperando nuevamente. No el ojo tranquilo de la tormenta, sino la calma que rodea la tormenta, llenando la ciudad conmocionada, adormeciéndola como un anestesia.

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Camión frigorífico actuando como depósito de cadáveres estacionado frente al hospital en 1st Avenue. . Imagen © Mark Wigley, 2 de abril de 2020.

4 de abril de 2020

Muntadas está en la ciudad. Quiere una copia de mi libro Arquitectura de rayos X. Nos encontramos en medio de la calle Greene, vacía, con guantes quirúrgicos y mascarillas, y como dos espías intercambiamos nuestras publicaciones dentro de sobres marrones. El encuentro dura unos tres minutos. Veo miedo en sus ojos. ¿O es mi propio miedo lo que veo reflejado?

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Gran Calle/Broadway. Imagen © Muntadas, de la serie Cerrado/Bloqueado, mayo 2020.

6 de abril de 2020

Pensaba que el 11 de septiembre había sido la catástrofe que definirá a mi generación. Y luego llegó la Covid-19. En muchos sentidos, el 11 de septiembre fue lo opuesto, al menos para aquellos de nosotros que vivíamos en la zona cero y fuimos evacuados de nuestros departamentos para vivir en un hotel por lo que pareció un tiempo interminable, anhelando regresar a nuestros hogares, a dormir en nuestras camas. Ahora estamos confinados adentro, anhelando estar afuera, en el espacio público.

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Mark Wigley en Central Park. Imagen © Beatriz Colomina, 7 de mayo de 2020.

8 de abril de 2020

El velo se está levantando gradualmente. Las enfermeras y los médicos se han convertido en reporteros, transmitiendo desde el interior del campo de batalla. Las imágenes se adentran cada vez más en los hospitales, en las mismas camas de los pacientes de la UCI, rodeados e invadidos por equipos electrónicos que emiten pitidos, la única señal de respiración, de corazones que aún laten.

10 de abril de 2020

Las camas, ese equipamiento que generalmente está oculto a la vista, de repente están en todas partes, desde las portadas de los periódicos hasta las reuniones de Zoom. Las camas son la cara de esta catástrofe. Primero fue el llamado urgente para conseguir más camas de hospital durante los primeros días, luego las camas desbordaron los hospitales, llenando pasillos y antiguas salas de espera. Ya nadie está esperando. Cualquier habitación de cualquier tamaño se ha convertido en una habitación para camas. Todo el espacio del hospital ha sido ocupado. Luego las camas empezaron a hacer nuevos espacios, en carpas, gimnasios, parques, barcos, centros de convenciones. Imágenes inquietantes de espacios cavernosos con cientos de camas vacías en una cuadrícula; cada una con un respirador y una lámpara doméstica—camas de espera. La pregunta que domina los medios siempre es; “¿cuántas camas?”; “¿cuántos están ocupadas?”; ¿cuántas personas sobrevivieron en la cama? Cualquier cama con respirador se ha convertido en una cama de UCI, por lo que la cama se vuelve la habitación, se vuelve la arquitectura.

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Calle Greenwich. Imagen © Muntadas, de la serie Cerrado/Bloqueado, mayo 2020.

12 de abril de 2020

Las camas en la calle, transportando a los enfermos, se han convertido en un espectáculo común y aterrador en las calles de Nueva York y en los medios, con profesionales médicos completamente envueltos con equipos de protección, como astronautas terrestres, inclusive con tanques de oxígeno. Son como habitaciones portátiles, algunas encerradas en una burbuja de plástico, que rememoran la arquitectura de ciencia ficción de los años 60. Estas camas portátiles actúan como nexo de unión entre la cama doméstica y la cama hospitalaria, una vasta ecología de camas, todo un paisaje.

15 de abril de 2020

Las camas no solo aparecen en los medios como la verdadera fachada de esta nueva ciudad; también son plataformas de medios, Zooming, broadcasting, FaceTiming. Comunicación cama a cama. Piensen en todos aquellos que se conectan con amigos y colegas desde la cama, todas las camas que se ven en el fondo de reuniones de trabajo, reuniones sociales, espectáculos de comedia, conciertos de música en casa, etc. Ya ninguna cama es un secreto. Y sobre todo, sigo pensando en todos aquellos cuyo último contacto con sus seres queridos fue a través de una tablet sostenida por una enfermera.

17 de abril de 2020

Ahora nos dicen que asumamos que todos estamos enfermos, que actuemos como si estuviéramos enfermos, como si fuéramos contagiosos, confinados en nuestros pisos, en nuestras camas. El verdadero epicentro de la pandemia no es Nueva York sino la cama.

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Ambulancia en la calle Thompson. Imagen © Mark Wigley, 12 de abril de 2020.

1 de mayo de 2020

Mi madre está muriendo en España. Ella no tiene Covid. De hecho, no le pasa nada a su cuerpo, excepto su edad (noventa y siete) y algunos problemas cognitivos. Un médico le dijo hace un par de años: “Eres como un Mercedes antiguo. Tienes tus años pero todo está funcionando bien”. La Covid la está matando de todos modos. Ya no puede salir con sus amigos. No puede ir a la iglesia, que nunca le importó mucho, excepto por el encuentro social con sus amigos, el hecho de salir a caminar con ellos después o tomar un aperitivo. “Ya nadie viene por aquí”, me dice cuando la llamo. ¿Qué quieres decir? Cristina, una de mis hermanas, descolgó el teléfono. Ella está ahí. "Sí, bueno, de vez en cuando viene uno de ellos". De hecho, siempre están ahí pero no todos a la vez, tratando de protegerla a ella y de protegerse a ellos mismos. No entiende lo que está pasando y extraña el contacto humano, las tumultuosas cenas familiares, los niños, sus amigos. Ha decidido abandonarse.

18 de mayo de 2020

Elena, mi hermana menor, me llama. Dice que nuestra madre no llegará al verano. “¿Pero le has explicado lo que está pasando?” Pregunto. "Tú eres la médica". “No queremos alarmarla”, dice ella. Creo que esto es peor, así que pruebo yo mismo, por teléfono:

Sabes, hay un virus terrible dando vueltas, algo así como la gripe de 1918.

¿En serio? ¿No estarías exagerando? Siempre fuiste hipocondríaca, como tu padre. ¿Cuándo vienes?

Pero no puedo ir. España ha cerrado sus fronteras por completo. Sin embargo, no confío en las compañías aéreas que dicen que nadie volará en absoluto. Compruebo online la actividad del aeropuerto de Valencia. Un avión ambulancia procedente de Belgrado llegará esta tarde a las 19:00 horas. Ese es el alcance del movimiento en el aeropuerto al día de hoy.

7 de agosto de 2020

Aujourd'hui maman est mort. Estoy feliz de estar aquí con ella. Perteneció a una generación que nació en casa, en la cama, y pudo morir, casi un siglo después, en su casa, en su cama.

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Soldados serbios instalaron camas para el tratamiento de posibles pacientes infectados con COVID-19 dentro de la Feria de Belgrado, Serbia, el 24 de marzo de 2020. Imagen © AP Photo/Darko Vojinovic.

La cama en la era del Covid-19

Más que revelar algo nuevo, las pandemias exponen lo que ya estaba allí. Lo que la Covid-19 ha hecho visible de manera dramática, incluso sorprendente, es la ciudad invisible, no solo el urbanismo invisible de los microorganismos hipersociales, sino el urbanismo invisible de las desigualdades, de los trabajadores ocultos y del acceso desigual a la atención médica y a la empatía.

La nueva arquitectura de la cama omnipresente no es un efecto secundario de la pandemia, sino que ha sido expuesta por ella. Una vez expuesta, podría volver a mutar. Pueden aparecer nuevas arquitecturas. Para pensar en lo que podría suceder a continuación, es urgente mirar hacia atrás y comprender los vínculos íntimos entre la arquitectura y la enfermedad. Mucho de lo que es impactante en la situación actual es lo que ya estaba allí pero enterrado, pasado por alto u olvidado.

Ya por el 2012, The Wall Street Journal informaba que el 80% de los jóvenes profesionales de Nueva York trabajaban desde la cama. La cama ya se había convertido en un nuevo tipo de oficina. El virus ha llevado esto a un nivel completamente nuevo. ¿Y hay alguna razón para pensar que dejaremos la cama cuando todo esto termine, ahora que nos hemos vuelto mucho mejores trabajando desde allí, enseñando en la cama, comprando en la cama, socializando con personas a millas de distancia desde nuestras camas? La cama solía ser el sitio de contacto físico íntimo. Ahora solo saldremos a la calle en busca de dicho contacto.

La ciudad del futuro puede no parecer tan diferente a la de hoy, pero todos sus ritmos ocultos habrán cambiado. Piensen en trabajar desde casa, incluso desde la cama, como se han visto obligadas a hacerlo millones de personas. Lo que una vez fue un futuro fantástico ahora es una realidad a la que es poco probable que renunciemos, seremos incapaces de hacerlo. Este giro hacia el interior, que ya estaba en marcha en la última década, no es un alejamiento de la ciudad o de la densidad. Lejos de ser una fuerza antiurbana, el virus inspirará nuevas formas de densidad urbana, nuevas formas de contaminación cruzada. El cambio clave no será la forma de la ciudad sino la vivienda asequible, la educación y el acceso a la atención médica. La pregunta no será solo la relación de la cama con el trabajo, sino con la privacidad, la comunidad, la equidad, la movilidad, la raza, la tecnología, la energía, el clima y la filosofía. La cama nunca se ubica simplemente en un espacio. Genera espacio y está orquestado por fuerzas masivas. La idea de la cama como desconexión o escape —a la intimidad, la domesticidad, el descanso, la convalecencia y los sueños— fue una idea relativamente efímera. Siempre fue una idea frágil, plagada de contradicciones. Y ahora ha desaparecido.

Este ensayo se publicó originalmente como parte de Sick Architecture, la colaboración editorial entre Beatriz Colomina, e-flux Architecture, CIVA Bruselas y el Ph.D. de la Universidad de Princeton. Program in the History and Theory of Architecture editado por Nick Axel, Beatriz Colomina y Nikolaus Hirsch, y dentro del contexto de Sick Architecture, una exposición en CIVA Bruselas comisariada por Beatriz Colomina, Silvia Franceschini y Nikolaus Hirsch.

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Sobre este autor/a
Cita: Colomina, Beatriz. "Diario de una enfermedad" [Diary of a Disease] 11 sep 2022. ArchDaily Colombia. (Trad. Sánchez, Mili) Accedido el . <https://www.archdaily.co/co/988324/diario-de-una-enfermedad> ISSN 0719-8914

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